jueves, 16 de junio de 2011

Las "narco-reinas": la "cara bonita" del imperio de la droga Tras el brillo de las lentejuelas, los litros de fijador de pelo y las seductoras sonrisas teñidas de intenso carmín, los certámenes de belleza latinoamericanos esconden un lado menos glamuroso y más violento, en el que estas musas pueden pasar de reinas a narcos.

No es novedad que en América Latina se le rinde un especial culto a la belleza femenina que llega a rozar la veneración. Millones de jóvenes cuidadosamente acicaladas hacen todos los años largas colas y soportan la presión de rigurosos casting para poder cumplir un sueño de la infancia: ser coronada como la mujer más guapa de su país.
En Venezuela, Colombia, México, Brasil o Puerto Rico, donde los reinados de belleza son un deporte nacional, estos concursos suponen un pase para salir de la pobreza, convertirse en celebridades y alcanzar un status social que ni llegaron a imaginar cuando, de niñas, jugaban a desfilar por sus casas con una banda de papel higiénico colgando del pecho con la inscripción “Miss”.
Sin embargo, la historia de estos certámenes no trata de cuerpos esculturales, dentadura perfecta y de buenas intenciones para salvar a los niños de la pobreza. Debajo de los largos trajes adornados por cristales Swarovski, las pestañas postizas y las lágrimas de las que se quedaron a mitad de camino, existe otra realidad que se aleja mucho del brillo de la corona anhelada: el narcotráfico.
El bombazo informativo que detonó la busca y captura de una ex reina colombiana, líder de una red de “burries” (mulas) de lujo que introducía cocaína desde América hacia Europa, volvió a situar en primer plano un tema que siempre ha estado en el boca a boca de los latinoamericanos: los nexos entre los concursos de belleza y el crimen organizado.
Angie Sanclemente, la otrora reina del café y consagrada modelo de lencería, siempre tuvo claro que lo suyo era el poder y el dinero, aunque ello le costará convertirse en una de las mujeres más buscadas por la DEA e Interpol. Sanclemente, quien en el año 2000 abarcó los titulares de la prensa de su país al ser destronada de su reinado por mentir sobre su estado civil, no tuvo reparo en volver a pasar por el altar con un peligroso capo mexicano conocido como el “Monstruo” del que tiempo después se divorció, no sin antes aprender los secretos del negocio de la coca. El mismo que la llevaría a convertirse en una de las pocas jefas que mandan en el mundo del narcotráfico.
No obstante, este ejemplo es uno de los tantos que engrosan el largo expediente de narco reinas latinoamericanas. Uno de los casos que más conmocionaron a la opinión pública fue el de la “Señorita” Caquetá (Colombia), Liliana Lozano. El 10 de enero de 2009 esta joven fue ejecutada junto a su pareja sentimental Fabio Vargas, casualmente hermano de Leónidas Vargas, alias “El viejo”, el más célebre narcotraficante que fue asesinado a balazos justo dos días antes en el Hospital 12 de Octubre de Madrid.
México es otro país en donde las misses también terminan siendo muchas veces un trofeo de los narcos. Los certámenes como el de “Nuestra Belleza Sinaloa” son tan famosos por sus concursantes como por quienes las apadrinan. Esto le ocurrió a Laura Zúñiga, cuyo rostro angelical no sólo conquistó en 2008 al jurado de su ciudad natal, sino el de “Nuestra Belleza Internacional México” y el de “Reina Hispanoamericana”, pese a los rumores de que fue “ayudada” para llegar a la meta.
Pero la dulce sonrisa de Zúñiga se borró en diciembre de ese año cuando fue detenida junto a un supuesto capo del sangriento cártel de Juárez y otros cinco narcotraficantes que estaban en posesión de armas largas y 45.000 dólares en efectivo.
El incidente le costó a esta reina pasar un mes tras las rejas hasta que las investigaciones de la Procuraduría General de la República (PGR) demostraron que no había indicios que la relacionasen con “actividades criminales”. Aún cuando quedó absuelta de los cargos, su reputación e imagen pública no corrió la misma suerte.
Si bien los concursos de belleza puede ser un arma de doble filo para sus participantes, eso no impide que millones de jovencitas en América Latina presuman de pose frente al espejo con la banda de papel higiénico en el pecho a la espera del día en que puedan decir un escueto “gracias” en medio de una lluvia de flashes, con los ojos llenos de lágrimas mientras sostienen una brillante corona a punto de caerse.

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